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*** BIENVENIDO/A A LA PAGINA WEB DE AYUDA ESPIRITUAL GRATIS POR INTERNET ***
¿De qué se trata?
Es un servicio de aconsejamiento espiritual. Usted puede contarnos su problema y nosotros le aconsejamos desde una perspectiva humano cristiana para que pueda solucionarlos. Su consulta se trata con absoluta reserva. Cientos de personas en todo el mundo nos han consultado y han agradecido la ayuda suministrada. Nuestra visión es de reino, esto quiere decir que nos gustaría que usted pueda asistir a nuestra iglesia, crecer espiritualmente y recibir grandes bendiciones de Dios, pero también nos alegra que usted pueda ser bendecida y desarrollarse en su vida, en su entorno social, en su ciudad y ser feliz.
Las áreas de consulta son muchísimas, usted puede consultarnos sobre relaciones familiares, sobre su vida existencial, su relación social, su trabajo, la vida espiritual, sobre el futuro del hombre según la Biblia, sobre problemas matrimoniales, vicios, drogadicción, soledad, etc.
Estamos dispuestos a aconsejarle espiritualmente, orar a Dios por su vida junto con otras personas, orientarle y asesorarle cristianamente, enviarle información de aliento para su vida existencial, mantener una amistad verdadera, y acompañarle en los momentos difíciles. Para que de esta manera usted pueda desarrollar todo su potencial a favor suyo y a favor de los demás.
REFLEXION: LAS MENTADAS “PRUEBAS”
LAS MENTADAS “PRUEBAS”
Hace años que me empeño en clarificar a mis hermanos, especialmente a los catecúmenos adultos que la Iglesia nos confía para que los acompañemos en sus primeros pasos (con frecuencia no sólo en los primeros), me empeño, digo, en transmitirles lo que entiendo que es el verdadero sentido de lo que el lenguaje habitual de los cristianos llama pruebas.
“Dios me mandó una dura prueba”... “Son pruebas que Dios nos manda”... Son frases que he oído y leído muchísimas veces. No sólo mis contemporáneos hermanos en la fe, sino también los libros de espiritualidad las repiten con harta frecuencia. Los más prominentes hombres de la Iglesia y también los místicos y santos, y aún la Biblia, se refieren a menudo a “las pruebas”.
Con el respeto que todos ellos me merecen, —particularmente esta última— debo decir que siempre me suena mal. Mi experiencia pastoral me ha convencido de que esa expresión confunde a mucha gente. En no pocas oportunidades lo oí decir con tristeza y resignación, como si Dios les estuviera tomando examen por medio de esa particular circunstancia de su vida que ellos llaman “prueba”. Por eso es que me gustaría hoy poner mi pensamiento en negro sobre blanco en estas páginas.
Quiero decirte, hermano, que Dios es Padre –Jesús así me lo aseguró en múltiples ocasiones en los evangelios- y yo le creo a pies juntillas. Sé que esto es así. Dios es Padre, no un severo juez. Menos aún el propio Jesús. El que te dice «Yo no he venido a juzgar al mundo sino a salvarlo» (Jn 12, 47)
Si la palabra “prueba” fuera utilizada con el sentido con que habitualmente se la usa, esto es: el procedimiento de comprobar “hasta dónde puede llegar”, “hasta dónde puede soportar”, “para qué cosas sirve o no sirve” o “de qué calidad es” un material, una sustancia o una persona, yo digo NO. Si se usa entendida como una evaluación por parte de Dios, de mi fe, de mi esperanza o mi amor, de mi paciencia o fortaleza, yo digo con absoluto convencimiento: ¡NO! La expresión es ambigua, y usada en este sentido, errónea. En mi caso, en el tuyo, en el de Abraham, en el de Job o en cualquier otro caso. Porque -me pregunto y te pregunto-: ¿Es qué Dios necesita probar algo en relación a mí? ¿Acaso no me conoce más profundamente que yo mismo? ¿No sabe Él con absoluta certeza, cómo voy a reaccionar ante determinadas situaciones? ¿Acaso precisa verme meter la pata una y otra vez para saber que soy un torpe, o hasta dónde puedo sobrellevar una situación difícil que sin dudas Él me está dando las fuerzas para soportar? Pablo me dice: «Todo depende, no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios.» (Ro 9, 16) ¿Quién sino Él conoce mis límites y la pobreza de mi condición? En otras palabras: ¿Puede Dios ignorar algo de mí? O más propiamente aún: ¿puede Dios ignorar algo? Y mi respuesta es en todos los casos la misma: si esto fuera así, me animaría a decir que no es Dios. Al menos no es el Dios en quién yo creo.
El argumento que termina de convencerme de que la palabra prueba no ha sido ni debería ser usada con el significado de “comprobar”, “examinar” o “demostrar” es el siguiente: la Escritura habla de “la prueba “ a que habría sido sometido Jesús. Dice la carta a los Hebreos: «Por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba. (Heb. 2,18). Sin embargo, está clarísimo que Él no tenía nada que probarle ni demostrarle al Padre (ni mucho menos a nosotros). Sólo obrar la Redención y dejarnos su impronta.
Creo que la palabra prueba ha sido usada en todos los casos que te mencionaba antes, con el significado real de “dificultad”, “sufrimiento”, “pena”, “cáliz”, - esta última es la palabra que usó el propio Jesús dirigiéndose al Padre, en su agonía en el huerto de Getsemaní. Así lo atestiguan los tres evangelios sinópticos - «Padre, si es posible, alejá de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Cf Mt 26,39; Mc 14,36 y Lc 22,42). (Acerca de esto quiero decirte que esta es, a mi juicio, la perfecta oración). Sólo utilizada en ese sentido puedo aceptarla y concederle validez. Aunque, como su significado es, como te decía, ambiguo, prefiero no usarla para no confundir a los recién iniciados, y aún a otros más formados o informados en la fe que sin embargo no suelen tener esto demasiado claro.
En todo caso, si aceptara esa expresión de “la prueba”, lo haría en relación conmigo mismo y con mis hermanos. Conmigo, por el conocimiento que me podría proporcionar en cuanto al alcance y el peso de mis convicciones. Si la usara, sería para significar que me sirve para evaluar mis avances o retrocesos en la fe y la esperanza en las promesas de Jesús, y para darme pautas o criterios que me pudieran ayudar a ratificar o rectificar rumbos. Que Dios utilice, en su infinitamente sabia pedagogía esas circunstancias para darme pistas acerca de por qué punto del camino voy andando, ¡eso sí lo creo!
En lo que hace a mis hermanos, mis dificultades quizás les confirmaran, en el caso de ser superadas felizmente, mi fortaleza, la autenticidad de la fe, la esperanza y el amor que profeso en Cristo, mi Salvador, y eso los predispusiera y animara a creer y confiar a su vez.
Pienso que las llamadas “pruebas”, son en verdad “ejercicios” que la vida nos pone por delante, no sin el consentimiento de Dios, para que, al par que desarrollamos nuestra madurez humana, vayamos fortaleciendo nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Esas virtudes que Dios nos regaló y nosotros tenemos la responsabilidad de acrecentar. Y el Dios en quien creo, que es Padre como yo (salvando las distancias), está siempre siguiendo de cerca nuestros pasos para auxiliarnos y guiarnos llegado el momento. No para tomarnos examen ni saber de qué o de cuánto somos capaces. Eso lo sabe desde toda la eternidad. Lo sabía ya cuando nos pensó antes de los tiempos (¡!).
Cuando estoy en presencia de situaciones delicadas o inmerso yo mismo en problemas de difícil resolución, suelo recordar lo que mi esposa y yo hacíamos con nuestros hijos cuando estaban empezando a caminar, -y seguimos haciendo, si bien en otros órdenes, ahora que son hombres y mujeres adultos: los animábamos a afrontar dificultades cada vez mayores en una progresión adecuada a sus fuerzas y equilibrio, para que fueran descubriendo y desplegando sus potencialidades. Sin alejarnos más de lo prudente para ayudarlos si fuera necesario.
Casi me animaría a decirte que lo que llamamos prueba, puede ser tentación. Tentación de arrojarnos al vacío de la desconfianza; de la desesperanza. Aunque por el otro lado –el de Dios- es una invitación que Él nos hace, a afianzar nuestra confianza en su misericordia. El es el Dios de las misericordias. Y estoy seguro de que, llegada la hora del “cáliz”, el Espíritu nos dará, como en el caso de Jesús, la fortaleza necesaria para resistir y superar la tentación de afligirnos y desesperar, aceptando en cambio la invitación a afirmarnos en la fe y en la esperanza.
En el capítulo V de las Florecillas de San Francisco, el autor usa una expresión que a mi juicio es, en simples palabras, lo más representativo de este pensamiento. Llama a estas tentaciones y batallas libradas contra la adversidad: «Ejercicio de virtud y corona de méritos».
Por otra parte, aceptar y enfrentar con paciencia y entereza por razón de nuestra fe, las situaciones difíciles, es trasmitir nuestra esperanza en Cristo. Anunciar la Buena Noticia. Un kerygma.(*)
Por fortuna, Dios no es un Inspector de policía ni un Fiscal, ni tampoco un severo Profesor. Felizmente es mi Padre. Si acaso me examine, «me examinará en el amor, en el atardecer de la vida» (S. Juan de la Cruz). Jesús, refiriéndose al juicio final, me lo cuenta con una bellísima aunque inquietante metáfora acerca del Juicio Final (Mt 25, 31-46) que me invita a estar atento y trabajar hasta el último día, para aprender a amar; a descubrir en mi hermano al propio Cristo que vive oculto tras su rostro. Tarea por demás urgente e importante, ya que el amor, ciertamente, es el único bagaje que podré llevar cuando viaje a la Casa del Padre.
Enviado por NESTOR F. BARBARITO para christianos@gruposyahoo.com.ar
Hace años que me empeño en clarificar a mis hermanos, especialmente a los catecúmenos adultos que la Iglesia nos confía para que los acompañemos en sus primeros pasos (con frecuencia no sólo en los primeros), me empeño, digo, en transmitirles lo que entiendo que es el verdadero sentido de lo que el lenguaje habitual de los cristianos llama pruebas.
“Dios me mandó una dura prueba”... “Son pruebas que Dios nos manda”... Son frases que he oído y leído muchísimas veces. No sólo mis contemporáneos hermanos en la fe, sino también los libros de espiritualidad las repiten con harta frecuencia. Los más prominentes hombres de la Iglesia y también los místicos y santos, y aún la Biblia, se refieren a menudo a “las pruebas”.
Con el respeto que todos ellos me merecen, —particularmente esta última— debo decir que siempre me suena mal. Mi experiencia pastoral me ha convencido de que esa expresión confunde a mucha gente. En no pocas oportunidades lo oí decir con tristeza y resignación, como si Dios les estuviera tomando examen por medio de esa particular circunstancia de su vida que ellos llaman “prueba”. Por eso es que me gustaría hoy poner mi pensamiento en negro sobre blanco en estas páginas.
Quiero decirte, hermano, que Dios es Padre –Jesús así me lo aseguró en múltiples ocasiones en los evangelios- y yo le creo a pies juntillas. Sé que esto es así. Dios es Padre, no un severo juez. Menos aún el propio Jesús. El que te dice «Yo no he venido a juzgar al mundo sino a salvarlo» (Jn 12, 47)
Si la palabra “prueba” fuera utilizada con el sentido con que habitualmente se la usa, esto es: el procedimiento de comprobar “hasta dónde puede llegar”, “hasta dónde puede soportar”, “para qué cosas sirve o no sirve” o “de qué calidad es” un material, una sustancia o una persona, yo digo NO. Si se usa entendida como una evaluación por parte de Dios, de mi fe, de mi esperanza o mi amor, de mi paciencia o fortaleza, yo digo con absoluto convencimiento: ¡NO! La expresión es ambigua, y usada en este sentido, errónea. En mi caso, en el tuyo, en el de Abraham, en el de Job o en cualquier otro caso. Porque -me pregunto y te pregunto-: ¿Es qué Dios necesita probar algo en relación a mí? ¿Acaso no me conoce más profundamente que yo mismo? ¿No sabe Él con absoluta certeza, cómo voy a reaccionar ante determinadas situaciones? ¿Acaso precisa verme meter la pata una y otra vez para saber que soy un torpe, o hasta dónde puedo sobrellevar una situación difícil que sin dudas Él me está dando las fuerzas para soportar? Pablo me dice: «Todo depende, no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios.» (Ro 9, 16) ¿Quién sino Él conoce mis límites y la pobreza de mi condición? En otras palabras: ¿Puede Dios ignorar algo de mí? O más propiamente aún: ¿puede Dios ignorar algo? Y mi respuesta es en todos los casos la misma: si esto fuera así, me animaría a decir que no es Dios. Al menos no es el Dios en quién yo creo.
El argumento que termina de convencerme de que la palabra prueba no ha sido ni debería ser usada con el significado de “comprobar”, “examinar” o “demostrar” es el siguiente: la Escritura habla de “la prueba “ a que habría sido sometido Jesús. Dice la carta a los Hebreos: «Por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba. (Heb. 2,18). Sin embargo, está clarísimo que Él no tenía nada que probarle ni demostrarle al Padre (ni mucho menos a nosotros). Sólo obrar la Redención y dejarnos su impronta.
Creo que la palabra prueba ha sido usada en todos los casos que te mencionaba antes, con el significado real de “dificultad”, “sufrimiento”, “pena”, “cáliz”, - esta última es la palabra que usó el propio Jesús dirigiéndose al Padre, en su agonía en el huerto de Getsemaní. Así lo atestiguan los tres evangelios sinópticos - «Padre, si es posible, alejá de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Cf Mt 26,39; Mc 14,36 y Lc 22,42). (Acerca de esto quiero decirte que esta es, a mi juicio, la perfecta oración). Sólo utilizada en ese sentido puedo aceptarla y concederle validez. Aunque, como su significado es, como te decía, ambiguo, prefiero no usarla para no confundir a los recién iniciados, y aún a otros más formados o informados en la fe que sin embargo no suelen tener esto demasiado claro.
En todo caso, si aceptara esa expresión de “la prueba”, lo haría en relación conmigo mismo y con mis hermanos. Conmigo, por el conocimiento que me podría proporcionar en cuanto al alcance y el peso de mis convicciones. Si la usara, sería para significar que me sirve para evaluar mis avances o retrocesos en la fe y la esperanza en las promesas de Jesús, y para darme pautas o criterios que me pudieran ayudar a ratificar o rectificar rumbos. Que Dios utilice, en su infinitamente sabia pedagogía esas circunstancias para darme pistas acerca de por qué punto del camino voy andando, ¡eso sí lo creo!
En lo que hace a mis hermanos, mis dificultades quizás les confirmaran, en el caso de ser superadas felizmente, mi fortaleza, la autenticidad de la fe, la esperanza y el amor que profeso en Cristo, mi Salvador, y eso los predispusiera y animara a creer y confiar a su vez.
Pienso que las llamadas “pruebas”, son en verdad “ejercicios” que la vida nos pone por delante, no sin el consentimiento de Dios, para que, al par que desarrollamos nuestra madurez humana, vayamos fortaleciendo nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Esas virtudes que Dios nos regaló y nosotros tenemos la responsabilidad de acrecentar. Y el Dios en quien creo, que es Padre como yo (salvando las distancias), está siempre siguiendo de cerca nuestros pasos para auxiliarnos y guiarnos llegado el momento. No para tomarnos examen ni saber de qué o de cuánto somos capaces. Eso lo sabe desde toda la eternidad. Lo sabía ya cuando nos pensó antes de los tiempos (¡!).
Cuando estoy en presencia de situaciones delicadas o inmerso yo mismo en problemas de difícil resolución, suelo recordar lo que mi esposa y yo hacíamos con nuestros hijos cuando estaban empezando a caminar, -y seguimos haciendo, si bien en otros órdenes, ahora que son hombres y mujeres adultos: los animábamos a afrontar dificultades cada vez mayores en una progresión adecuada a sus fuerzas y equilibrio, para que fueran descubriendo y desplegando sus potencialidades. Sin alejarnos más de lo prudente para ayudarlos si fuera necesario.
Casi me animaría a decirte que lo que llamamos prueba, puede ser tentación. Tentación de arrojarnos al vacío de la desconfianza; de la desesperanza. Aunque por el otro lado –el de Dios- es una invitación que Él nos hace, a afianzar nuestra confianza en su misericordia. El es el Dios de las misericordias. Y estoy seguro de que, llegada la hora del “cáliz”, el Espíritu nos dará, como en el caso de Jesús, la fortaleza necesaria para resistir y superar la tentación de afligirnos y desesperar, aceptando en cambio la invitación a afirmarnos en la fe y en la esperanza.
En el capítulo V de las Florecillas de San Francisco, el autor usa una expresión que a mi juicio es, en simples palabras, lo más representativo de este pensamiento. Llama a estas tentaciones y batallas libradas contra la adversidad: «Ejercicio de virtud y corona de méritos».
Por otra parte, aceptar y enfrentar con paciencia y entereza por razón de nuestra fe, las situaciones difíciles, es trasmitir nuestra esperanza en Cristo. Anunciar la Buena Noticia. Un kerygma.(*)
Por fortuna, Dios no es un Inspector de policía ni un Fiscal, ni tampoco un severo Profesor. Felizmente es mi Padre. Si acaso me examine, «me examinará en el amor, en el atardecer de la vida» (S. Juan de la Cruz). Jesús, refiriéndose al juicio final, me lo cuenta con una bellísima aunque inquietante metáfora acerca del Juicio Final (Mt 25, 31-46) que me invita a estar atento y trabajar hasta el último día, para aprender a amar; a descubrir en mi hermano al propio Cristo que vive oculto tras su rostro. Tarea por demás urgente e importante, ya que el amor, ciertamente, es el único bagaje que podré llevar cuando viaje a la Casa del Padre.
Enviado por NESTOR F. BARBARITO para christianos@gruposyahoo.com.ar
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Haz esta oración y sé salvo y sano espiritualmente:
Repite con nosotros:
Padre y Dios mío, vengo a ti, no puedo más, estoy tan cansado/a, me siento mal, tengo mil problemas, te necesito, ayúdame por favor, creo en tí, aunque no te vea o no te sienta, perdóname por mis pecados, me arrepiento por estar lejos de ti, te pido que me perdones, a través de tu Hijo Jesucristo, lo recibo a él en mi corazón, entra Jesús en mi, tu eres mi salvador, hazme una nueva persona, lléname de tu Espíritu Santo, de tu Palabra, de tu bendición, cámbiame, mejora mi vida, mi familia, mi economía, por favor te lo pido, ten piedad de mi oh Dios, yo te doy gracias, te alabo y te bendigo, y te daré toda la gloria, la honra y la alabanza. Amén.
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